En un panorama político donde la democracia y la inclusión deberían ser pilares fundamentales, Valladolid se presenta como un ejemplo de cómo la ultraderecha sigue ganando terreno. Carnero, alcalde de la ciudad, no ha dudado en presumir su situación de «trabajo tranquilo» y «buen entendimiento» con Vox, una formación constantemente en el ojo del huracán por sus posturas extremistas. Esta «total armonía» con la ultraderecha es un reflejo preocupante, especialmente cuando contrastamos con Gijón, donde el equipo de gobierno ha roto su alianza con Vox.
Carnero parece ignorar las alarmas y asegura que su relación con Vox es de «sintonía total». Mientras en Gijón se ha evidenciado el peligro de alianzas con partidos que politizan hasta los festivales de cine, en Valladolid se celebra la unión con una formación que ha mostrado en repetidas ocasiones su rechazo a la diversidad y la inclusión.
El alcalde insiste en la buena relación y su compromiso férreo con Vox, pero ¿a qué precio? La política debería ser un espacio de construcción colectiva y no de retroceso. La situación en Valladolid es un claro ejemplo de cómo se están normalizando posturas que deberían ser cuestionadas.
Gijón ha demostrado que las alianzas con la ultraderecha son frágiles y peligrosas. La ruptura entre Foro y Vox no solo se debió al festival de cine, sino a un cúmulo de diferencias ideológicas que no se pueden ignorar. La ultraderecha tiene una agenda clara, y las formaciones que deciden aliarse con ella deben ser conscientes y atenerse a las consecuencias.
