Castilla y León, con su vasta extensión y rica historia, ha sido testigo de una creciente complejidad política. La aparición de partidos y movimientos regionalistas y localistas refleja una realidad ineludible: la comunidad demanda una voz propia, alejada de las directrices de Madrid y centrada en sus particularidades y desafíos.
A pesar de repartir 31 escaños en las elecciones generales, siendo la quinta comunidad en representación, los resultados para las fuerzas progresistas han sido desalentadores. Ni Izquierda Unida en su momento, ni Unidas Podemos más tarde, han logrado conectar con la esencia de esta comunidad. ¿A qué se debe esto? ¿Cuáles son las razones? Puede que, entre otras, una falta palpable de liderazgos fuertes y reconocibles pero y, sobretodo, anclados en el territorio castellano y leonés, es decir, organizaciones con presencia real en la totalidad del territorio.
Un error ha sido evidente: hacer política en Castilla y León desde Madrid.
Replicar discursos preestablecidos desde la capital sin siquiera saber adaptarlos a la realidad concreta de Castilla y León. Y es que, ni en los mejores momentos de Unidas Podemos las fuerzas progresistas consiguieron un resultado aceptable si se pretende un cambio real en Castilla y León y en España. Mientras Unidas Podemos celebraba un 21,1% de los votos a nivel nacional, en Castilla y León apenas alcanzaba un 15,1%, traduciéndose en solo tres diputados de los 31 posibles.
Quizás este escenario ponga de manifiesto una urgencia y un repensar a las fuerzas progresistas de Castilla y León: la construcción de un movimiento social y político castellano y leonés, pensado desde el territorio. No se trata de una mera adaptación de estructuras estatales, sino de una organización con raíces profundas en la comunidad, que entienda y refleje sus singularidades.
Para que Castilla y León pueda influir en el cambio político del país a medio y largo plazo, sea esencial desvincularse de la centralidad de Madrid.
¿Construir un movimiento con discursos y elementos culturales propios, pensados y forjados desde el corazón de cada provincia?
Planteado así, se trataría de construir un movimiento que genere ilusión y esperanza en un cambio real para Castilla y León. Un movimiento que, respetando y colaborando con organizaciones estatales, tenga la autonomía y la obediencia puramente castellano y leonesa. Así, la región podría alzar su voz, defender sus intereses y trazar su propio camino hacia un futuro prometedor.
No obstante, no podemos ignorar los desafíos que esto implica. La diversidad y complejidad de Castilla y León requieren un enfoque meticuloso y adaptado a cada provincia. Cada territorio tiene sus propias características, necesidades y aspiraciones. Es fundamental que este movimiento reconozca y celebre estas diferencias, construyendo puentes y fomentando la unidad en la diversidad.
Por ejemplo: ¿se ha pensado en alguna ocasión en las reivindicaciones políticas y malestares del actual modelo autonómico? Quizás este movimiento también debería hacer como suyas las reivindicaciones políticas del “Lexit” para solventar cuanto antes las aspiraciones del Leonesismo a través de una consulta vinculante que refleje de una vez por todas el sentir mayoritario de su población.
Este movimiento no solo se debería centrar en las elecciones y en la representación política. Debe ser un movimiento que impulse cambios tangibles en la vida cotidiana de los ciudadanos, que aborde los problemas reales y que proponga soluciones innovadoras.
Existe una desafección hacia los partidos tradicionales, ¿por qué no buscar el modo de integrar a la ciudadanía que no se siente interpelada por las estructuras partidistas?
Este quizás es otro de los retos que debería asumir ese movimiento.
Los desafíos son grandes, pero las oportunidades son aún mayores y esta comunidad tiene el potencial de liderar un cambio transformador, no sólo para sí misma, sino para todo el país.