Un 14 de abril de 1931, las calles de España se llenaron de júbilo al proclamarse la II República. La gente salió a celebrar la llegada de la democracia y la libertad, dejando atrás una monarquía desacreditada y un sistema político agotado. Fue un momento histórico en el que el pueblo español abrazó con ilusión un futuro prometedor.
La llegada de la República fue recibida con entusiasmo por gran parte de la sociedad española, que anhelaba un cambio tras décadas de desigualdad y autoritarismo.
La II República trajo consigo importantes avances sociales y políticos. La nueva Constitución, aprobada en diciembre de 1931, introdujo una amplia gama de derechos y libertades, así como el sufragio universal. Parecía que por fin España se encaminaba hacia un sistema más justo e igualitario.
Y llegó el fascismo: El golpe de Estado y la Guerra Civil.
Sin embargo, este sueño de democracia y libertad se vio truncado apenas unos años después por el odio y la intolerancia del fascismo y el franquismo. En julio de 1936, un grupo de militares sublevados, liderados por el general Francisco Franco, dio un golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República.
Lo que siguió fueron tres años de cruel Guerra Civil, en la que el bando franquista, apoyado por la Alemania nazi y la Italia fascista, se impuso sobre las fuerzas leales a la República. La victoria de Franco en 1939 supuso el inicio de una larga y oscura dictadura que se prolongaría durante cuatro décadas.
Durante esos 40 años, España vivió bajo el yugo de un régimen totalitario que acabó con las libertades y los derechos conquistados durante la II República. La represión fue feroz, con miles de personas encarceladas, torturadas y asesinadas por sus ideas políticas. El franquismo impuso un sistema basado en el nacionalcatolicismo, el control social y la censura.
El legado franquista que aún perdura.
Mientras el pueblo sufría las consecuencias de la dictadura, Franco se mantuvo en el poder hasta su muerte en 1975. El dictador murió en la cama, dejando tras de sí un legado de dolor y división. Muchos de sus ministros y colaboradores, como Manuel Fraga, fundador del Partido Popular (PP), pasaron de firmar sentencias de muerte a presentarse como «respetados demócratas» en la transición.
Hoy en día, los herederos políticos de la dictadura siguen presentes en las filas del PP y, especialmente, en las de VOX, un partido de extrema derecha que no oculta su nostalgia por el régimen franquista.
La figura de Juan García-Gallardo, líder de VOX en Castilla y León, es un claro ejemplo de esta inquietante realidad. Sus orígenes familiares, estrechamente vinculados al franquismo, y sus polémicas declaraciones en defensa de la dictadura evidencian la peligrosa influencia que el pasado autoritario sigue ejerciendo en la política española contemporánea.
La amenaza fascista internacional.
Pero la amenaza del fascismo no se limita a las fronteras nacionales. VOX mantiene estrechos lazos con otros partidos y gobiernos de extrema derecha en Europa, como el de Viktor Orbán en Hungría o el de Giorgia Meloni en Italia. Estas conexiones internacionales ponen de manifiesto la existencia de una auténtica «internacional reaccionaria» que busca socavar los valores democráticos y los derechos civiles en todo el continente.
Incluso el gobierno de Israel, liderado por Benjamin Netanyahu, ha mostrado su apoyo a VOX y a otras formaciones ultraderechistas europeas, evidenciando una preocupante convergencia ideológica basada en el racismo, la xenofobia y el autoritarismo.
Ante este panorama, resulta más necesario que nunca reivindicar el legado de la II República y los valores que encarnó: la libertad, la igualdad, la justicia social y la democracia. No podemos permitir que el odio y la intolerancia vuelvan a imponerse, ni que los nostálgicos de la dictadura sigan envenenando la convivencia y el futuro de nuestro país.
La reciente agresión sufrida por Olegario Ramón, portavoz del PSOE en Ponferrada, a manos de un grupo de ultras es un alarmante recordatorio de que la amenaza del fascismo sigue latente. Estos ataques no son hechos aislados, sino la consecuencia directa de un discurso político que normaliza el odio y la violencia.
En este 93 aniversario de la proclamación de la II República, es imprescindible reafirmar nuestro compromiso con la democracia y la libertad, y plantar cara sin ambages a quienes pretenden socavarlas. Solo así podremos honrar la memoria de quienes lucharon y sufrieron por defender estos principios, y construir una sociedad más justa, igualitaria y tolerante para las generaciones venideras.